El Grito

Víctor García Muñoz


Desde muy temprano sonó el despertador invitándonos a la actividad, pues había llegado el día tan esperado; nos íbamos a cazar conejos. Así que una vez despabilados y preparados, tomamos las escopetas, los cartuchos, el morral, y salimos al jardín, donde esperaban impacientes los perros que nos ayudarían en la campeada; uno de ellos, el mejor, le decíamos "capulín", haciendo honor a su nombre por lo oscuro de su corto pelo; de estatura mediana, casi chaparrón y muy flaco, tan flaco, que se le pueden contar las costillas; es muy ufano al caminar, siempre con el rabo levantado, como si fuese su antena.

Con gran alboroto, nos encaminamos a las lomas más cercanas, que hacia apenas unos momentos, ocultaban el sol. Al poco rato de habernos internado en nuestro lugar favorito de cacería, salto intempestivamente el primer conejo; corría como si le quemara el piso, de brinco en brinco, a gran velocidad; lo mas pronto que fue posible, preparamos las armas, disparándole enseguida, sin lograr acertar ninguno a pesar del esforzado empeño; sin embrago, "capulín" ya corría tras de sus huesos, pero tal sería la suerte del orejón que a los pocos metros, encontró una cueva entre las peñas, al pie de la barranca, poniendo a salvo su preciado pellejo.

Una vez pasada la emoción y al ver frustrados nuestros esfuerzos por tratar de sacar a la pieza de su escondrijo, continuamos nuestro andar, cada quien por su lado para "peinar" mejor el terreno. Más adelante, me encontraba en un pequeño llano que termina en el vértice de dos lomas bastante grandes y empinadas, es un lugar muy escondido; ahí crece mucho el casahuate, el copal, el encino, la zarza y otras plantas grandes y pequeñas que dan en su conjunto un aroma muy peculiar y fresco; parte de resinas, parte de hojas verdes, flores y tierra húmeda. En la parte más profunda, va un pequeño arroyuelo de saltar cantarín, escoltado por piedras y arena; es ahí donde saciamos la sed, con esa agua clara y fresca con sabor a hojarasca.

Ya el rocío se había evaporado de las plantas y el sol arreciaba, cuando oí un pequeño ruido tras de unos arbustos; de inmediato se me pusieron tensos todos los músculos, por un instante dejó de latirme el corazón para reanudar su marcha con más frenesí como si un tambor se escondiera dentro de mi pecho; por todo movimiento, dirigí la mirada hacia el lugar de donde provenía el ruido y preparé el arma; esperando que de un momento a otro pudiese ver lo que producía aquel sonido. Mayúscula fue mi sorpresa al ver a un hermoso y altivo venado con una gran cornamenta la cual parecía una corona ceñida a su cabeza que le hacia verse aun más grande; tenía la mirada fija en mi, interrogándome, como si ya me conociera de antes. En ese momento dio unos pasos hacia un costado y me di cuenta que no estaba solo; junto a él ramoneaba una hembra; un poco mas baja y finita, de color mas claro y en actitud de espera. Parecían una eternidad esos momentos y como en sueños solo existía ese lugar. Cuando reaccioné de que llevaba el arma en las manos, no acerté a disparar a tan codiciada presa. Por un instante pensé y tuve la intención de gritarles a mis compañeros, pero era tal la emoción, que no me salían las palabras; parecía como si el aire se hubiera enrarecido y las distancias se hubiesen agrandado, luchando para lograr el ansiado grito, que por fin pude emitir; grite, grite y grite a mis amigos para que fuesen a donde me encontraba antes de que huyeran los venados; mas sin embargo, aun no había terminado de gritar, cuando el arrepentimiento se clavo en mí como veloz flecha y continué gritando pero no para llamar a mis amigos sino para espantar a los venados. Corrí hacia ellos agitando mis brazos y gritándoles que huyeran antes que fueran sacrificados por los demás cazadores, que seguramente ya se dirigían al lugar; pero a pesar de todos mis esfuerzos los hermoso venados seguían tranquilos en el mismo lugar, como si no supieran del peligro que corrían de seguir ahí. En mi desesperación, inconscientemente les pregunte porque no se alejaba, pues los podían matar.

No, eso no es posible -me interrumpió el macho-

Quede atónito al darme cuenta que me hablaba, pero atine a decirle que mis amigos llevaban armas y no iban a dudar en dispararles, por lo que era preciso que se fueran.

Ten calma, -me dijo nuevamente- no pueden hacernos daño, ya que somos imperceptibles para ellos; solo tú, con tu bondad nos puedes ver.

Parecía como si el tiempo se hubiese detenido; había una calma más grande que la que puedes encontrar contigo mismo en los momentos más sublimes. La palabra bondad continuaba resonando dentro de mí. Era como si una gran verdad se hubiera abierto ante mis ojos y las dudas y esperanzas se arremolinaban en mi alma, pero la paz y el amor subsistían en ese momento, en ese lugar, cual mandato divino. Por mi conciencia cruzaron escenas de mi vida, como intentando descubrir la clave de todo eso; mas la duda persistía y persiste aun.

Recuerdo alguna de las cosas que me dijo, las cuales, zumban en mi mente cual sedientas abejas, en busca de néctar y de polen para su hogar.

De pronto y casi sin darme cuenta, se comenzó a elevar la pareja por los aires, cual ave silenciosa que remonta el vuelo, y yo con ella sin ningún esfuerzo, sin ningún temor; me sentía ligero como el humo. Subí y subí muy alto y lentamente. Desde ahí, podía ver el caserío con sus techos de teja rojiza, opacada por el paso del tiempo, con sus árboles en los patios y en la plaza principal. Los cerros se multiplicaban y achicaban conforme era mayor la altura.

Viajamos en el tiempo y en el espacio, no lo recuerdo bien, fuimos a ciudades lejanas, donde los árboles eran de color rojo, en vez de verde y sus frutos azules; el agua parecía de color naranja y tan espesa como el atole; la luz no venia de un sol a través del cielo como en la tierra, sino que emergía del mismo piso como el vapor de agua, irradiando claridad hacia todas partes; por la misma razón el cielo era totalmente negro y solo rasgaban su oscuridad algunas estrellas que se podían ver si te quedabas un buen rato mirando el firmamento. Como te puedes dar cuenta, en este lugar siempre era de día y siempre era de noche, ya que si mirabas hacia abajo veías el día y si mirabas hacia arriba veías la noche. Los cuerpos no proyectaban sombra, pues como te decía, la luz que nacía del subsuelo, no era como la de una lampara, que nace de ella y muere a poca distancia; no, esta luz nace lenta y constantemente, agrandándose en todas direcciones como si tuviera vida propia. Los habitantes de este planeta viven suspendidos en la atmósfera y en ella misma encuentran su alimento. Me acerqué a una de estas extrañas criaturas y con el pensamiento le pregunte si acaso no descansaban y dormían; a lo que me contestó: “El descanso y la actividad son en nosotros una misma cosa y no necesitamos del sueño porque nuestra vida es en sí, un sueño. Y veo extranjero, que tu forma de vida, tus costumbres y tu ser es muy diferente al nuestro, veo que todo lo habitúan dividir: el día de la noche, lo duro de lo blando, lo lejos de lo cerca, el bien del mal; sí, todo lo dividen y no son capaces de conocer lo uno sin lo otro; necesitan sufrir para conocer el bienestar, repudian la maldad y ensalzan el bien pero no son capaces de conocer el segundo sin haber pasado por el primero. Entre nosotros, solo hay una esencia que lo abarca todo sin que se den las barreras porque no existen las diferencias, sino un estado; aquí, no se da ni el bien ni el mal, porque no conocemos ni lo uno ni lo otro; nadie maltrata o beneficia a otro, ya que nadie aspira al bien ajeno porque lo propio y lo ajeno no existe... Pero no es aburrida vuestra existencia, -le interrumpí- no les hace falta las emociones, los anhelos y la esperanza para continuar su vida; es que acaso no es hermosa la emoción sentida al observar un crepúsculo, al estrechar la mano de un ser querido, aunque haya sufrimientos que nos arranquen el llanto y nos roben la calma; mas sin embargo, los buenos motivos nos darán la pauta de seguir adelante; de construir aunque sea de las ruinas, nuestro máximo sueño y de intentarlo nuevamente, mientras haya tiempo, aunque sea la numero mil; porque si el bienestar te incita a crear el más caro fruto de tu esfuerzo, el dolor puede arrancar de tu mente infinita el más basto poema, una partitura de combinación jamas escuchada. Es por esto y por más que yo os pregunto si vuestra vida no es monótona y aburrida. El peculiar ser se quedó un poco extrañado y perplejo. Desconozco esas palabras. -dijo- Mientras se alejaba lentamente.

Un poco acongojado y con la mente absorta me encontraba cuando los acompañantes interrumpieron mis pensamientos. He aquí, que has escuchado y has visto un modo de existencia diferente al tuyo, quizá más primitivo, tal vez más desarrollado, pero en fin, muy diferente; tan diferente que te cuesta trabajo pensarlo siquiera, que te resulta infructuoso vivirlo; es por eso, ahora que la duda está en ti. Debemos regresar a la tierra, a tu soñado paraíso a que respires el aire fresco y siempre cambiante, a que tu cuerpo se estremezca con el frío y se abochorne con el calor. Dicho esto, se acortó el tiempo y el espacio, encontrándonos nuevamente sobre la tierra; una vez más en aquel rinconcito del bosque, alegrado por el cantarín riachuelo que refleja el azul del cielo cuando se le mira con amor y detenimiento; nuevamente podía ver las hojas de los verdes arboles, movidas por el viento en feliz armonía, componiendo para el mundo una delicada música ansiada a mis oídos.

Una vez que hube apreciado y saciado mi ser de todo lo que me rodeaba, de todo lo que se escondía en ese pedacito de tierra, me di cuenta de que mis amigos los venados habían desaparecido; busque por todas partes, inútilmente, ya no estaban ahí. Con toda la emoción contenida y el agradecimiento a un gran camarada, grité con toda el alma y con todas mis fuerzas. ¡ Hasta pronto amigos!. ¡Gracias!

Apenas terminaba de gritar cuando llegaron corriendo los muchachos, preguntando lo que sucedía; me dijeron que guardara silencio porque iba a espantar los conejos. Me disculpé con ellos y les dije que me regresaba porque me sentía cansado. Tomé la escopeta, el morral y regresé por el camino mas corto a casa, pensando en lo que había sucedido; todo me parecía un sueño, pero continué mi camino.